La
electricidad evolucionó históricamente desde la simple percepción del fenómeno,
a su tratamiento científico, que no se haría sistemático hasta el siglo XVIII.
Se registraron a lo largo de la Edad Antigua y Media otras observaciones aisladas y simples
especulaciones, así como intuiciones médicas (uso de peces en enfermedades como la gota y el dolor de
cabeza) referidas por autores como Plinio el
Viejo y Escribonio
Largo, u objetos
arqueológicos de interpretación discutible, como la Batería de Bagdad, un objeto encontrado en Irak en 1938, fechado alrededor de 250 a. C.,
que se asemeja a una celda electroquímica. No se han encontrado documentos que
evidencien su utilización, aunque hay otras descripciones anacrónicas de
dispositivos eléctricos en muros egipcios y escritos antiguos.
Esas especulaciones y registros fragmentarios son el tratamiento casi
exclusivo (con la notable excepción del uso del magnetismo para la brújula)
que hay desde la Antigüedad hasta la Revolución científica del siglo XVII;
aunque todavía entonces pasa a ser poco más que un espectáculo para exhibir en
los salones. Las primeras aportaciones que pueden entenderse como
aproximaciones sucesivas al fenómeno eléctrico fueron realizadas por
investigadores sistemáticos como William
Gilbert, Otto von
Guericke, Du Fay, Pieter van Musschenbroek (botella de
Leyden) o William
Watson. Las observaciones sometidas a método científico empiezan a
dar sus frutos con Luigi Galvani, Alessandro
Volta, Charles-Agustín de Coulomb o Benjamin
Franklin, proseguidas a comienzos del siglo XIX por André-Marie Ampère, Michael
Faraday o Georg Ohm.
Los nombres de estos pioneros terminaron bautizando las unidades hoy utilizadas
en la medida de las distintas magnitudes del fenómeno. La comprensión final de
la electricidad se logró recién con su unificación con el magnetismo en un
único fenómeno
electromagnético descrito
por las ecuaciones de Maxwell (1861-1865).
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